SONETO

Al amor arquero

Los campos se han cubierto de romero,

el cielo es más azul y con las rosas

florece el mundo, amor, y están las cosas

más altas y es mi amor más verdadero.

 

Hoy más tenso está el arco y más certero

en disparar sus flechas ponzoñosas

y mis manos están más vigorosas

sobre la aljaba de este amor arquero.

 

Te busco porque huyendo me has herido

y no encuentro lo azul de tu pisada.

Me has dejado tan solo y tan vencido

 

y has dejado mi espera tan anclada,

que mi brazo tendré siempre extendido,

por el aire esperando tu llegada.

 

 

SONETO

Del suicida al azul

( Variación, a pie forzado,de los escritos por Jesús Arcensio y Diego J. Figueroa )

 

Si no hay ya luz ni vida en este huerto,

¿por qué no al cielo azul, presto y suicida,

lanzar mi corazón y en nueva vida

y luz transfigurar mi cuerpo muerto?


Mis alas hundiré en ese incierto

mar, y mi sangre, en fuego y luz prendida

y con alas de olvido endurecidas,

fluirá hacia el azul soñado puerto.

Mi epitafio pondrá en la primavera

sobre el cielo una grácil golondrina.


¡Qué ancho brocal y pozo en mi primera

muerte, en la muerte abierta a la mar fina

del Dios que es vida, muerte lisonjera,

mi muerte, que a tus pies, Señor, termina!

Última andadura


Algún día me iré bajo una luz

nacida de un crepúsculo imposible.

Algún día me iré de entre vosotros

y pálido estaré en la tarde triste.

me buscaréis al filo de la tarde

bajo la vertical exacta y pura

que de los pinos de oro sube al cielo,

y no os darán mi nombre ni mi altura.


Vocearéis mi nombre a las palmeras,

arcos de luz que mi alma dispararon,

y no os dirán la tierra que me cubre

ni la nube que anido con mis pájaros.

Me buscaréis, tal vez en el otoño,

cuando tristes os ponga con mis versos,

y no hallaréis la cruz que me da sombra

ni el lugar que alimento con mis sueños.

Me iré una tarde gris bajo una luz

nacida de un crepúsculo imposible,

pero yo os dejaré con estos versos

mi alma toda escanciada, pura y libre.


Y volveré, algún día, estremecido,

en inefable luz multiplicado,

y así me iré quedando entre vosotros,

como un redondo pan en vuestras manos.

 

 

ATARDECER

Cae la tarde y la hoja

tiembla, se estremece y cae.

Cae la tarde y el surco,

pudridero, huele a carne.


Como a un niño, las sombras

y un agua que me atenaza,

mi corazón me golpean

y me escalan dentro el alma.


La hoja se estremece y tiembla,

que ya el surco la reclama,

que la espera tanta tierra,

que la tierra tanto aguarda,


que yo me siento tan cerca,

que tan cerca está la rama,

que la rama está tan vieja,

que ya no queda esperanza.

 


SONETO

Del amor imposible

Este sentirse noche y apagado,

este sentirse un agua desatada,

fuera de madre, amarga y desbordada

por el ancho silencio del costado;


este sentirse verso enamorado,

este sentir canción desconsolada

esta inútil pasión de madrugada

y este dolor de llanto sosegado,


son mi historia más pura y más hermosa.

Y un día te dirán mirando al suelo:

“Está su amor aquí, bajo esta losa,

que ha muerto su perfil de sombra y yelo,

cansado de ser llanto y de ser rosa,

para sembrar de lágrimas el cielo.



 

NO ESTARÉ SOLO

Hoy no estaré, Señor, entre las cosas,

abandonado y solo en mi silencio,

ni estaré triste, viendo huir las hojas

en el mundo redondo de mis sueños.


Tengo puesta en mis manos la mancera,

que quiero dividirme sobre el surco

enraizando mis manos en la tierra,

arrojando mi amor sobre el terruño.


Ya, Señor, no estaré solo, ni triste,

escalando en la espiga, como yedra,

el corazón del mundo, cosechando

luciérnagas de luz, polvo de estrellas.


Hoy estaré en la tarde todo pleno,

aflorando mis venas en las manos

y en la frente, Señor, como si el tiempo

sobre el surco me hubiera acrisolado.



SONETO

Mi silencio es mi palabra

Esta, sí, esta es siempre la mirada,

la que me hunde tan dentro de mí mismo,

que me duele ser piedra de mi abismo,

no sabiendo a qué fondo va escapada.


Detrás de mi silencio, está varada

mi palabra en amargo pesimismo,

y, aunque calla, es tan sólo el egoísmo

- no el mío - quien así la tiene atada.


Mas no penséis que soy como un extraño

entre vosotros que hondamente calla.

Mi grito va por dentro, y, si os engaño,


abrid mi corazón cuando me vaya,

y veréis palpitar gritos de antaño

en las hondas sonoras de mi playa.


 

SIEMBRA

La mano abierta sobre el surco nuevo,

voy partiendo este amor de la semilla

y en él mi corazón estoy partiendo

porque arraigue hermanado con la espiga.


¡Espigas del amor sobre el terruño

hinchando las besanas del barbecho!

Habrá una primavera para el mundo

cuando la espiga rompa sobre el yermo.


Yo soy el sembrador que pasa y pone

sobre la tierra blanda la mancera

sin importarle nada que, al sembrar,

venga otro a recoger de amor la siembra.


Sólo sembrar la tierra es lo que importa.

¡Qué importa que otro venga y con su mano

en su solapa ponga aquella rosa

que creció por nosotros junto al árbol!


Yo soy el sembrador que pasa y siembra

la más honda semilla en el barbecho.

¡Qué importa que otros vengan y me arranquen

de este surco profundo en que estoy muerto!


Cuando rompa la espiga en primavera

y sangre la amapola sobre el surco,

sabed que el corazón del sembrador

jamás despertará sobre el terruño.

A LA ROSA

Por decirle algo a la rosa,

le dije que estaba blanca

como un pensamiento nuevo

reflejado sobre el agua.


Por decirle algo en la tarde,

se encendió como una novia

y se murió en mi solapa,

por no ser mujer, la rosa

(A Elisa, mi hija, a quien tanto

agradó este pequeño poema)

 


“Secretos que lleva el aire...”

- un día tú me dijiste - .

Y estabas toda de blanco,

mi amor de los ojos grises.


“Secretos que lleva el agua...”

- un día que estabas triste –

y en el agua derramabas

tu amargura inasequible.


Secretos que guarda el cielo...

- un día que sonreíste –

y aquella tarde lejana

fue posible mi imposible


 

( A María Victoria, mi esposa)

 

Palabras que yo te diga,

palabras que escriba el viento,

que el viento está en todas partes

y es mi testigo primero.


Palabras que tú me digas,

por esta sangre las llevo.

Tu corazón es el mar

y mi palabra es el viento.

 

ELEGÍA

A mi madre

Tres años han pasado tras tu muerte

y aún sigue creciendo aquel instante

como un sauce de llanto y de silencio

que sube hasta mis ojos cada tarde.


Tres años – corto espacio para el duelo –

y cómo va creciendo tu distancia

como un sereno mar, largo y profundo,

que invade por mi sangre la esperanza.


Tu huida me cogió tan de sorpresa...

Aquel ligero vuelo de paloma

te obligó a transcender espacio – tiempo

y te embarcó en la luz más cegadora.


Me sorprendió tu vuelo cuando menos

lo esperaba, y así quedé, tan solo

como un niño, en las sombras de la noche,

que no encuentra el camino del retorno.



Tres años han pasado, madre mía,

y hoy te escribo estos versos, los más tristes

que de mi sangre brotan como un río,

porque tú eres mi centro intransferible.


Navego por mi sangre transcendida,

tratando de encontrarte en esta herencia

de vida que me diste con la tuya,

y no te encuentro, madre, en sus orillas.


Y es que me diste todo, hasta tu ausencia.

Y, aunque nunca te encuentro en mis riberas,

yo sé que toda estás en mí, como algo

tan sutil, que no avisa su presencia.


Toda tú estás en mí, porque soy parte,

una porción pequeña del profundo

mar, ancho y germinal de tu existencia,

yo parte tuya, parte tú del mundo.


Toda tú estás en mí, madre del alma,

como un vivo recuerdo de nostalgias

que atesora mi sangre cada día,

de tus ojos fluyendo a mi esperanza.


Casi sin ser notada, te marchaste

bajo un pálido sol de mediodía,

y emprendiste tu vuelo a las estrellas

aquella tarde gris de Epifanía.

SONETO

De la muerte en primavera

Ya no podré decirte: ¡amor, te quiero,

ha florecido en mí la primavera!

Hoy no podré rendirte el alma entera

ni en la tarde gritarte: amor, te espero!

Hoy vengo de vagar por el sendero

con mi piqueta al hombro y con mi espera.

Vengo a decirte, amor, por vez primera:

¡mi corazón se ha muerto, y yo me muero!

Arranqué con mis manos mi pasión

y me vestí de luto y de grandeza

esta tarde en la paz de mi oración.


No creas que es orgullo ni aspereza.

Acabo de enterrar mi corazón

bajo un pino redondo de tristeza.

¿QUÉ HACER?

¡Qué haré yo, madre, sin ti, si la flor muere,

si no da sombra el árbol del estío!

¡Qué haremos cuando el pájaro cantor

no alegre nuestros días con sus trino!


¡Qué haremos cuando azul no sea el cielo

y la hoja no caiga en el otoño

ni alfombre nuestro mundo de esperanza!

¡Qué será en este tierra de nosotros!


¡Qué haremos sin la dulce primavera,

cuando sea la Tierra un gran desierto,

sin arroyos, sin lagos ni quebradas!

¡Qué haremos sin la música del viento!


¡Qué haré yo, cuando gris, ante la tumba

que tu alma disparó hasta las estrellas,

ya no crezca el ciprés que te da sombra

ni el ruiseñor te adorne con sus quejas!


Qué haré yo cuando muera mi poesía,

sin árboles, sin flores, sin mis sueños;

qué haré cuando no tenga entre mis manos

el arma acompasada de mi verso.